Sobre las relaciones sociales:
En esta sociedad en la que vivimos,
la mayoría de personas dividen sus relaciones sociales en pequeños
estamentos o grupos. Creamos grupos cerrados, como una pandilla de
amigos, como una familia, unos compañeros de trabajo, una pareja,
etc.
Normalmente, cuando nos encontramos
ya instalados dentro de un grupo social (o de varios, pues pertenecer
a un grupo no excluye el poder pertenecer a algún otro), cuando nos
encontramos “a gusto” con las personas que forman ese grupo,
cuando las “conocemos” y establecemos un cierto grado de
confianza con ellas, tendemos a rechazar o evitar otras relaciones
sociales de tipo espontáneo. No todos, claro está, pero si una gran
mayoría de la sociedad.
Cuando formamos parte de un número
determinado de grupos sociales cerrados, nuestra visión del resto de
personas cambia. Al no gozar de la “confianza” que establecemos
con los miembros de nuestros grupos, tendemos a ver a los no miembros
como meros extraños, y normalmente no nos apetece establecer
contacto profundo con ellos, nos limitamos a utilizar los gestos
necesarios y las palabras necesarias, que vienen dados por los
estereotipos sociales y la falsa obligación moral de ser una persona
cívica y cordial.
¿Qué ocurre con esto? A simple vista
no parece un hecho dañino para el alma humana, pero si nos paramos a
razonar un poco, nos daremos cuenta de que su importancia es vital
para el cultivo de la cultura, del individuo como tal y de su propia
autoconciencia. ¿Cómo aprendemos los seres humanos? ¿Cómo
adquirimos conocimientos? ¿Cómo absorbemos y percibimos el mundo
que nos rodea? Está claro que de muchas maneras, como el estudio o
la experiencia vital. Pero bajo mi punto de vista, una de las formas
más transcendentales que posee el ser humano para intercambiar
vivencias y conocimientos son las relaciones sociales. La inmensa
mayoría de población deja de adquirir conocimientos por medio de la
lectura o el estudio cuando consigue establecerse en la sociedad,
cuando lleva a cabo la función que se le haya designado socialmente.
Entonces, su vida suele limitarse a su ocupación profesional, y a
las relaciones sociales de las que goza. Aquí es donde toman
importancia estas relaciones.
Por medio de la palabra, de los
gestos, o del comportamiento, los seres humanos se relacionan entre
sí y se conectan cual red informática global, pues no cesan de
transmitirse mutuamente sentimientos, ideas, hechos, opiniones,
preocupaciones, instintos, recuerdos, y así un largo etcétera que
bien podría no acabar. Todo aquello que yo transmito al prójimo,
nutre su intelecto y su autoconciencia, llena su pensamiento con
datos que antes no se encontraban ahí. Esos datos cumplen muchas
funciones, pero está claro que sirven, sobre todo, para el progreso
de cada individuo, y por lo tanto, para el progreso de la sociedad.
Además, cuando intercambiamos estos datos con otras personas,
también estamos cruzando distintos puntos de vista acerca de la
realidad.
Así, por ejemplo, si yo tengo un
cierto punto de vista o un ideal marcado acerca de un hecho, porque
solamente consigo verlo desde mi Yo subjetivo, necesito conocer el
conjunto de datos que forman la visión distinta de otro individuo,
para poder abordar la realidad no solo de frente, sino también de
lado, por el costado, por arriba y por abajo. El cruce y la síntesis
de diversos puntos de vista nos ayuda a llevar luz donde no la hay,
nos permite iluminar las sombras que son indescifrables por un solo
intelecto.
¿Qué tiene esto que ver con la
reducción de las relaciones sociales a pequeños grupos sociales?
Pues que al relacionarnos siempre con las mismas personas, llega el
momento en que el cruce de datos es mucho menor, o siempre hace
referencia a los mismos datos. Llega el momento en que se corre el
riesgo de reducir los puntos de vista de los miembros de un grupo
social a uno solo. Es decir, puede llegar a ocurrir que un grupo
social comparta un mismo punto de vista acerca de la realidad. Esto
no es necesariamente así, pero ese riesgo existe. Cuando compartimos
nuestro tiempo con los miembros de los grupos sociales a los que
pertenecemos, acabamos conociendo muy bien a esas personas, sus
pensamientos y sus formas de actuar. Esto nos da un cierto grado de
confianza y serenidad, pero nuestro nivel de adquisición de datos y
puntos de vista baja de manera demasiado intensa.
Supongo que esta necedad no es fruto
más que del miedo que tiene el hombre a lo extraño, a lo que no
conocemos. Cada vez que establecemos una nueva relación con alguien
que no pertenece a nuestros pequeños grupos sociales, nos sentimos
extraños, cautelosos; no nos gusta mostrar demasiado de nosotros, no
queremos mostrar nuestros puntos débiles y que sepan de que pie
cojeamos, pero sí queremos descifrar cuanto antes qué se esconde
tras la mirada del extraño, que forma de ser oculta, pues lo
desconocido nos produce un tremendo desasosiego. Preferimos
encontrarnos en un círculo de confianza, aunque eso signifique una
idiotización de los temas que se discuten, y una limitación de los
datos que se cruzan. Esta limitación conlleva el retraso de la
sociedad, pues su avance intelectual e individual se estanca,
llevándose consigo la humanidad entera.
¿Qué se debe hacer? Cambiar nuestra
visión social, destruir los estereotipos que nos han inculcado de
forma tan destructora para nuestra autoconciencia y nuestro cultivo
interior y social. ¿Qué es lo que ganamos formando una sociedad
desconfiada, recelosa del prójimo? ¿De qué nos sirve limitar
nuestra existencia a un conjunto de relaciones personales? ¿Por qué
formar grupos cerrados, elitistas, despreciadores de lo extraño y
conformistas, que sólo necesitan “estar agusto” para vivir bien?
No...ese no es el camino.
Debemos ver la humanidad como una gran
red, en la que debemos compartir todo nuestro jugo interior con el
prójimo, siempre que sea posible, abriéndonos a nuevas experiencias
y nuevas ideas, nuevas formas de ver la realidad. Debemos nutrirnos
de todo aquello que cualquier persona quiera regalarnos, y a la vez
regalar al prójimo todo aquello que consideremos oportuno. Esto es
muy importante, debemos llevar a cabo una criba de la información
que queremos recibir, y otra de la que queremos emitir, pues ni el
tiempo es infinito ni todos los datos son importantes. Si esta visión
social se convirtiera en red y la criba antes mencionada se llevara a
cabo, el progreso del ser humano sería patente y visible de forma
extraordinaria, pues no dejaríamos de sintetizar y cruzar datos que
posteriormente derivarían en conclusiones vitales generadoras de
cultivo humanístico.
José Carlos Cuenca Pulido
06/07/12